Mediación como herramienta esencial para resolver aquellas necesidades que no nos atrevemos a verbalizar abiertamente
La primera respuesta humana ante una disputa suele ser echar la culpa al otro para justificar nuestras actitudes beligerantes o poco colaborativas. ¿Nos ayuda esto a resolver el problema? Desde luego que no, más bien por el contrario, el conflicto suele así escalar. Sin embargo, nuestra mente está diseñada de este modo y, entre nuestros mecanismos de defensa para no sentirnos mal por los errores, descuidos o decisiones equivocadas, está primero el culpar a los demás y, luego, tal vez, reflexionar sobre nuestra porción de responsabilidad y aprender.
Es en este punto dónde quiero destacar una ventaja de la mediación que viene de mano del profesional, del mediador o mediadora. Al referirnos a las bondades de la mediación hablamos, normalmente, de agilidad, de un menor coste económico que el del proceso judicializado, de la posibilidad de tomar el control de la negociación en lugar de legársela a un tercero parcial, de flexibilidad, de creatividad o de oportunidad de aprendizaje, entre otras. En esta ocasión quiero, además, destacar y profundizar sobre un valor que añade la figura mediadora a través del ejercicio de su gestión: la posibilidad de ayudar a las partes a incluir en la negociación aquellas necesidades y motivaciones que no desean hacer explícitas frente a la otra parte, pero que no por ello carecen de relevancia.
Tengo comprobado que, cuando personas que llevan echándose la culpa ya durante un buen tiempo acuden a la mediación, por mucho que hayan iniciado este proceso voluntariamente y tengan ganas de resolver el conflicto, los bloqueos emocionales y cognitivos están presentes. Como mediadores o mediadoras, nos toca considerar esto y contar con que, posiblemente, las partes enfrentadas no van a exponer sus motivaciones intrínsecas sobre el conflicto en un primer momento, ya sea por no exponerse a pasar un mal rato o porque, simplemente, en ese momento, no alcanzan a percibir la relevancia o pertinencia de incluir estos motivos más íntimos dentro de la negociación.
Estos motivos pueden ser, por ejemplo, el deseo contar con mayor autonomía dentro de una relación personal o profesional, el interés por tener control sobre una situación, la necesidad de un sentido directivo o meta, recibir comprensión, reconocimiento, sentir aceptación, inclusión, etc. Como gestores de conflictos, identificar estas necesidades e integrarlas con sutileza dentro de la negociación, ayuda enormemente a que las personas enfrentadas adopten actitudes colaborativas. Cuando logramos que las partes en conflicto perciban que llegar a un acuerdo les permitirá satisfacer estas necesidades, les resulta más fácil hacer concesiones en los asuntos tangibles y trascender sus posturas iniciales para negociar nuevas y creativas alternativas de acuerdo.
Hay que hacerlo con sutileza, pues no se trata de que la persona tome conciencia durante el proceso de mediación sobre su falta de perspectiva. Es deseable que lo haga, pero muchas veces no es posible. En todo caso, no es necesario para construir acuerdos. Como mediadores no nos corresponde emitir juicios sobre el ritmo de aprendizaje de las partes, nuestra labor es facilitar, a través de preguntas, que estas personas, por sí mismas, imaginen escenarios en que, efectivamente, sus necesidades intrínsecas puedan quedar satisfechas. Nosotros orientamos a futuro y facilitamos esta contextualización, pero sólo ellos pueden decidir sobre los plazos y ritmos a acordar.
Gracias a la intervención del mediador o mediadora, es posible separar a la persona del problema. Desde la imparcialidad es posible analizar el conflicto desde una perspectiva más amplia a la que contemplan las partes implicadas y trabajar sobre la actitud y sentido que estas le están dando a sus posturas enfrentadas. Desde la imparcialidad se observa con perspectiva y se gestiona sobre el proceso de aprendizaje individual de los implicados. Esto permite ayudar a nuestros clientes a decirse las cosas de tal manera que resulten más significativas a ojos de la otra parte, permite traducir reproches en peticiones, y permite, también, orientar las preguntas mediadoras de manera que las soluciones y propuestas que vayan generando los participantes incluyan sus motivaciones intrínsecas sin necesidad de que las saquen a la palestra explícitamente.
Por ejemplo, un progenitor puede querer decidir sobre más aspectos relacionados con el cuidado de sus hijos, pero dudar de su capacidad para hacerlo adecuadamente. Nosotros le ayudaremos a incluir las necesidades de la otra parte -en este caso, el otro progenitor- dentro de propuestas sostenibles, responsables y planteadas sin reproche. Nosotros facilitaremos en “cómo” y ellos, los protagonistas, decidirán siempre sobre el “qué”. Igual puede pasar entre hermanos que tienen que organizarse para atender a sus padres o entre miembros de una comunidad o un equipo de trabajo que han de acordar nuevas estrategias para tomar decisiones.
Sin la ayuda del o la profesional de la mediación, estas personas no pueden hacer este replanteamiento, al menos no en el momento en el que ya han negociado sobre estos puntos y han fracasado, y sus habilidades para comunicarse con asertividad y ser creativos están mermadas, con las emociones a flor de piel. Sin embargo, considerar sus necesidades intrínsecas y emocionales dentro de la negociación es esencial para lograr buenos resultados, sea en el ámbito que sea, pues siempre estamos hablando de conflictos entre personas, seres humanos.
En definitiva, un valor que aporta el mediador o mediadora a la gestión de un conflicto es la ayuda para construir acuerdos que se vayan a desarrollar en contextos que permitan, tal vez en un futuro, la satisfacción de los motivos intrínsecos de las partes. Basta con que esta potencialidad tenga cabida dentro del posible acuerdo para que el compromiso con el mismo cobre sentido para las partes enfrentadas y su cumplimiento resulte sostenible.
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