La metáfora surge como recurso al alcance de la mano, casi de nuestra cotidianeidad y resplandece a la hora de volverse importante en el acto de enseñar y aprender a través de ella.
Mediante la utilización de actos de habla indirectos, afirmaciones aproximadas y metáforas el hablante puede aumentar los efectos contextuales de una forma que no menoscaba la relevancia de su uso lingüístico, sino que la incrementa (Sperber y Wilson, 1986). Se trata, por tanto, de herramientas del lenguaje de las que nos valemos, de manera cotidiana, para referirnos a realidades que nos desbordan en complejidad o multidimensionalidad.
El hecho de emplear metáforas en mediación, por tanto, puede resultar de gran utilidad en la medida que proponen a las partes un diálogo diferente, evocando situaciones plácidas pasadas o proyectando situaciones imaginarias deseadas. Así pues, la metáfora nos permite como mediadores ahondar en situaciones que vayan más allá de lo puramente racional o de lo exclusivamente emocional. Ofrece un espacio intermedio que no pierde de vista en ningún momento la toma de decisiones y a la par coloca las emociones en un lugar más fácilmente manejable, que permite conectar con ambas partes y entre ellas.
Se trata de una figuración de la realidad que permite que todos se encuentren más cómodos, entendiendo el significado de estas sin el menoscabo de situarse a la defensiva. A los mediadores, esto nos posibilita incluso crear historias alternativas fundamentadas en informaciones recogidas del testimonio de las partes.
La metáfora se presta a que la utilicen los miembros de las partes en disputa para expresar estados de ánimo o situaciones de vínculo. Parece que la metáfora brotara de nuestro común reclamo de detener el perpetuo fluir de la realidad y apropiárnoslo; sería el intento de recuperar lo que se pierde en la experiencia de todos los días por medio de algo que lo recuerde (Andolfi y col., 1982).
Ejemplos de metáforas que podemos utilizar en mediación con las partes en conflicto:
- Una alta montaña a escalar
Imaginad que esta situación es como una alta montaña que hay que escalar y no encontramos los medios necesarios para ello. Yo, como guía, conozco un lugar que posee una serie de elementos que pueden ayudaros a dicha escalada: arnés, cuerdas de seguridad, calzado adecuado (“pies de gatos”). Se trata, por tanto, de que me acompañéis para poder escalar la montaña con solvencia. Eso sí, la montaña no puedo escalarla en vuestro lugar, ¡SOIS VOSOTROS LOS RESPONSABLES DE LLEGAR A LA CIMA!
- Las emociones son como las estaciones del año
Debido al cambio climático nos estamos dando cuenta de que lo que antes era, muy claramente definido: día de otoño, invierno, primavera y verano, en la actualidad existen días donde transitamos por características climatológicas de dos o tres estaciones. Ello no nos hace negarnos a vivir el día, aunque haga viento, frio, calor y llueva, ya que no lo podemos modificar y nos adaptamos a lo que ocurra.
Las emociones negativas que nos producen los conflictos con otras personas son como el calor: muy desagradables. Pero, a buen seguro, que no te dices a ti mismo que tener calor es horrible, insoportable. Es molesto o incluso frustrante, pero sabemos que de vez en cuando hemos de pasar por ello, sobre todo en verano.
De la misma forma, las emociones negativas existen y a veces las vamos a tener que experimentar. ¿Por qué no somos tan indulgentes con nuestros propios estados emocionales? Las emociones, al igual que el calor, un dolor de cabeza o un grano en la nariz, no son más que estados fisiológicos fastidiosos, pero no tienen mayor trascendencia que la de facilitarnos información sobre cómo somos y nos dan la oportunidad de buscar alternativas a aquellas conductas que realizamos cuando algo nos produce malestar, por la razón que sea.
- La metáfora del junco (a trabajar en mediación y especialmente con padres y madres “dictatoriales”)
Cuenta la leyenda que en una ocasión un hermoso y fuerte roble se vanagloriaba de su poder y fortaleza y con ello se burlaba del junco que era su vecino, diciendo “yo soy grande y tengo poderosas ramas”. ¡Qué pequeño e insignificante eres! Al junco no le molestaban estas palabras, pero sí le entristecía la vanidad del roble.
Una noche, de manera inesperada, llegó una tremenda tormenta, que azotó con fuertes vientos todo lo que encontró a su paso. El roble ofreció toda la resistencia que pudo, intentando vencer a la tormenta con toda la fortaleza que sabía poseía. Mientras que el junco, sabiamente, se movía con la dirección del viento, de manera flexible. Al día siguiente estaba el roble destrozado, arrancado de raíz y, por el contrario, el junco había salido ileso ante la sorpresa del roble que no entendía cómo siendo tan débil, su vecino había sobrevivido a la tormenta.
Como el junco, una actitud flexible ante la vida nos permite afrontar las vicisitudes que nos llegan, de manera que no nos rompan. Por el contrario, la rigidez psicológica, representada en esta metáfora por el roble, trae consigo sufrimiento y malestar y es la base fundamental de la mayoría de los problemas psicológicos.
Especialmente interesante es hacer ver a los padres y madres “dictatoriales”, cuya exigencia y valor que dan a la disciplina es excesiva, que al igual que el junco en la educación de sus hijos deben existir momentos de flexibilidad y “horizontalidad”, que los lleven a conectar de mejor manera con ellos y propiciar un trato hacia ellos más justo, descendiendo la exigencia y favoreciendo un mayor apego.
Con este post puedes reflexionar sobre la importancia de mediar a través de la metáfora dentro de nuestro trabajo como mediadores/as.
Si quieres conocer otras metáforas y cómo usarlas en el proceso de mediación, no te peirdas el blog de nuestro profesor Javier Alés Sioli.
Muy interesante y una herramienta que puede facilitar, la mediación.
Creo que también hará que la situación de estrés que pueda haber en esa mediación se rebaje.
Gracias por compartir. Soy alumna del máster en mediación.