Al igual que en cualquier otro empleo, los mediadores/as no dejar de ser personas que poseen sus propios sentimientos, emociones o respuestas, las cuales puede intervenir en estos procesos de moderación. Y es que, a pesar de ser expertos capacitados para realizar su trabajo de forma apropiada, nadie está exento de la carga emocional que pueden poseer las distintas situaciones.
Las vivencias y experiencias pasadas o el estado sentimental del momento pueden llevar a sentirse afectado/a al profesional de mediación, de tal manera que no conduzca de manera efectiva estos procesos y no le permitan actuar objetivamente y con actitud neutral. Es por ello que uno de los principales desafíos de la persona mediadora es aprender a gestionar los estados emotivos de las partes, pero también los suyos propios, ya que por muy insignificantes que estos sean pueden intervenir en el desarrollo de las sesiones.
La experiencia y educación en comunicación de estos profesionales es fundamental para que logren desarrollar estrategias exitosas a la hora de afrontar determinados casos, que puedan agradar o no a la persona mediadora. La cuestión más importante reside en saber qué hacer en cada situación y cómo llegar a un buen convenio.
Para ello, también es importante reflexionar sobre nosotros mismos. ¿Qué estamos haciendo bien y qué estamos haciendo mal? Observar cómo reaccionamos y respondemos para intervenir posteriormente en situaciones similares de forma triunfal. Es decir, que a pesar de que haya circunstancias que como profesionales nos afecten por distintos motivos, la experiencia y el saber estar nos hagan controlar estas impresiones y no influir en los usuarios.
Por otro lado y en relación a la gestión de estas emociones, juega también un papel fundamental la comunicación no verbal, tanto del mediador como de los clientes. El 93% de los que transmitimos es a través de gestos, miradas, posturas…Es por ello que se deben potenciar las habilidades comunicativas del mediador/a para que puedan comprender el discurso de las personas afectadas en su conjunto. Es decir, no podemos estudiar los gestos de forma aislada, sino simultáneamente de lo que se dice, teniendo en cuenta el contexto en el que se desarrolla la situación y la coherencia entre lo que verbalmente se dice y lo que se hace.
También, la persona que media no sólo debe ser objetivo en sus sentimientos sino en la forma en qué expresa estos a través de la mirada, la expresión facial, los gestos, la apariencia o la distancia que mantiene con su cliente.
Como vemos, este proceso de traducción de sentimientos ayuda a progresar a la persona en el trabajo de mediación, ya que estas técnicas de observación pueden resultar muy interesantes para ayudarla a percatarse del curso que necesita llevar la conversación con el fin de mejorar las vidas de las personas afectadas.