Este mismo año, el 24 de febrero, empezó lo que el presidente de Rusia califica de “operación especial”, un eufemismo para justificar que iba a invadir un país vecino.
La invasión de Ucrania, ha traído de nuevo a nuestras puertas un fenómeno que se produce cuando existe un conflicto armado, y es que las personas no pueden vivir en sus casas y primero se ven desplazadas en su propio país, y después, de manera desesperada, salen del mismo para encontrar refugio en otro, normalmente cercano.
Esta nueva guerra, desgraciadamente más habitual de lo que todos quisiéramos, ha vuelto a traer de manera constante y en un poco tiempo, a más 5 millones de personas a los países de la UE, y cuya llegada ha supuesto un gran desafío social.
Mucho sabemos de cómo llegan y también cuántos son, pero poco sabemos de su estancia y acogida en nuestros países, un proceso que es a menudo farragoso y que dura muchos meses.
Durante este tiempo, los refugiados y solicitantes de asilo permanecen en centros donde conviven a veces más de 150 personas de países, etnias, y problemáticas muy variopintas, pasando por una serie de fases donde tiene acceso a diferentes servicios de acogida.
Estos centros son algunos de ellos gestionados por el Estado, pero en su mayor parte lo son por grandes organizaciones de naturaleza social subcontratadas al efecto para atenderlos en su acogida y desarrollo de inclusión positiva en nuestra sociedad.
En estos recursos estas personas son atendidas por un equipo multidisciplinar de diferentes perfiles como trabajadores sociales, técnicos de inclusión social, psicólogos, personal de administración, abogados, personal de conserjería, limpieza y recepción de los centros de acogida, así como un equipo de traducción e interpretación.
Sin embargo, como vemos en esta línea de profesiones, la mayoría de los centros no cuentan con un servicio de mediación intercultural que complemente esta oferta, denotando todavía una escasa cultura de la resolución pacífica de los conflictos en algunas de estas grandes organizaciones donde, por tanto, aún no se demanda este perfil para sus entidades.
Como vemos, algunas de estas organizaciones que gestionan los centros donde habita esta diversidad tan compleja, todavía no ven como la mediación intercultural puede aportar ese valor añadido de tranquilidad, resolución de conflictos y acompañamiento, adecuados para ayudar a mejorar, no solo el clima de dichos centros, sino esos itinerarios sociales de dichas personas en nuestro país.
Este déficit, además de una clara carencia, parece una gran oportunidad para todos los que creemos en que la mediación aporta una gran herramienta a la sociedad, ya que su desarrollo en este campo, donde desgraciadamente tendrá tanta trascendencia en años venideros, está todavía a medio camino.
Esta es la realidad actual de la mediación intercultural en los centros de refugiados, una realidad que debería estar más extendida, y donde el Estado incluso debería impulsarla como ya lo hace en otros servicios jurídicos, civiles y mercantiles en nuestra sociedad.
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