El vínculo como herramienta terapéutica en contextos de protección

En contextos de protección (centros residenciales, acogimiento familiar, etc.), los y las menores han vivido rupturas, pérdidas y traumas. En este escenario, el vínculo afectivo con los profesionales se convierte en una herramienta terapéutica poderosa. Pero, ¿cómo construirlo sin caer en la sobreimplicación?

El apego como base de la intervención, sin caer en la sobreimplicación

Los niños, niñas y adolescentes necesitan figuras estables que les transmitan seguridad. El o la profesional puede convertirse en un referente afectivo que repara, en parte, los vínculos dañados. Esto requiere presencia, coherencia y autenticidad.

Claves para construir un vínculo saludable

  • Estabilidad emocional del profesional: cuidar para cuidar.
  • Límites claros y afectivos: el menor necesita saber hasta dónde puede llegar, sin sentirse rechazado.
  • Validación emocional constante: “entiendo cómo te sientes” puede ser más poderoso que cualquier técnica.
  • Tiempo compartido de calidad: no todo es intervención directa; jugar, cocinar o simplemente estar también construye vínculo.

Riesgos de la sobreimplicación cuando se trabaja con menores

  • Burnout emocional.
  • Confusión de roles.
  • Dependencia afectiva del menor.

El equilibrio está en ser un adulto disponible, no un salvador o salvadora. En muchos casos, los menores en contextos de protección han desarrollado mecanismos de defensa como la desconfianza, la evitación emocional o la agresividad. Estos comportamientos no deben interpretarse como resistencia, sino como estrategias de supervivencia.

Comprender permite al profesional sostener el vínculo incluso cuando el menor lo pone a prueba, sin tomarlo como algo personal. El trabajo con el vínculo también implica una revisión constante del propio mundo emocional del profesional. La contratransferencia —las emociones que despierta el menor en el adulto— puede ser una fuente de información, pero también un riesgo si no se gestiona adecuadamente. La supervisión clínica y el trabajo en equipo son herramientas fundamentales para sostener la calidad del vínculo sin comprometer el bienestar del profesional.

Además, el vínculo no se construye solo en los momentos de crisis o intervención directa. Los pequeños gestos cotidianos —recordar una fecha importante, respetar una preferencia, compartir una risa— son los que cimientan la confianza. En contextos donde todo ha sido inestable, la constancia y la previsibilidad del adulto son profundamente reparadoras.

El vínculo no es un accesorio de la intervención, es su corazón. Cultivarlo con conciencia, límites y afecto puede marcar la diferencia en la vida de un menor.

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