La neurodivergencia no es una etiqueta, sino una forma distinta de experimentar el mundo. En el ámbito de la intervención con menores, comprender y respetar estas diferencias es esencial para construir entornos seguros, inclusivos y potenciadores. Este artículo propone una mirada que va más allá del diagnóstico, centrada en la comprensión, la empatía y la adaptación.
¿Qué entendemos por neurodivergencia?
El término engloba condiciones como el Trastorno del Espectro Autista (TEA), TDAH, dislexia, dispraxia, entre otras. Estas no son enfermedades, sino formas diferentes de procesar la información, comunicarse y relacionarse. La intervención debe partir de esta premisa para evitar enfoques patologizantes que afecten negativamente a su salud mental y autoestima.
Errores comunes en la intervención en la intervención con menores con neurodivergencia
- Interpretar conductas como desobediencia: lo que puede parecer una “mala conducta” puede ser una respuesta al estrés sensorial o a la incomprensión del entorno.
- Aplicar técnicas conductistas sin adaptación: los sistemas de premios y castigos pueden ser contraproducentes si no se comprenden las motivaciones del menor.
- Falta de formación específica: muchos profesionales carecen de herramientas para identificar y acompañar adecuadamente a menores neurodivergentes.
Estrategias para una intervención respetuosa
- Escucha activa y observación sin juicio.
- Adaptación del entorno: reducir estímulos, ofrecer rutinas claras, permitir pausas sensoriales.
- Trabajo colaborativo con la familia y el entorno escolar.
- Fomentar la autorregulación emocional desde el juego y la creatividad.
Además de adaptar el entorno físico, es fundamental revisar el lenguaje que utilizamos al referirnos a estos menores. Palabras como “trastorno” o “déficit” pueden reforzar una visión negativa y limitante. En su lugar, hablar de “procesamiento diferente” o “formas diversas de aprendizaje” ayuda a construir una narrativa más respetuosa y empoderadora. El lenguaje crea realidades, y en la intervención con menores, cada palabra cuenta.
Otro aspecto clave es el trabajo interdisciplinar. Profesionales de la psicología, de la educación social, terapeutas ocupacionales y familias deben formar un equipo cohesionado que comparta información y estrategias. La fragmentación de la intervención puede generar confusión y frustración en el menor. Por eso, es esencial establecer canales de comunicación fluidos y protocolos de actuación comunes.
Finalmente, no podemos olvidar la voz del propio menor. Escuchar cómo vive su experiencia, qué le ayuda y qué le dificulta, es una fuente de información invaluable. La intervención centrada en la persona no es solo un enfoque técnico, sino una postura ética que reconoce al menor como sujeto activo de su proceso.
Intervenir con menores neurodivergentes implica cambiar la pregunta de “¿qué le pasa?” a “¿qué necesita?”. Es un cambio de paradigma que humaniza, respeta y potencia. La inclusión es un derecho, no un objetivo.
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