DOCENTES EN TIEMPOS DE PANTALLAS: EDUCAR EN LA ERA DIGITAL SIN PERDER LO ESENCIAL    

El paisaje educativo ha cambiado radicalmente en los últimos años. Las pantallas han entrado en las aulas —y en la vida de los alumnos— para quedarse. 
Móviles, tabletas, plataformas de aprendizaje y redes sociales forman parte del día a día escolar. Pero, junto a sus enormes posibilidades, también traen consigo nuevos retos pedagógicos, emocionales y convivenciales. 

Hoy los docentes no solo enseñan contenidos: también median entre los alumnos y su mundo digital. Lo que antes ocurría en el patio o en casa ahora se traslada al grupo de WhatsApp, a TikTok o a un juego en línea. 
La escuela ya no compite solo con la televisión o la calle, sino con un universo de estímulos inmediatos que moldean la atención, la motivación y las relaciones. 

Frente a esto, los centros educativos están llamados a educar en lo digital sin perder lo humano, combinando innovación tecnológica con acompañamiento cercano, sentido crítico y valores. 

El reto cotidiano del profesorado cuela de la sexualidad  

Para muchos docentes, las pantallas suponen una fuente de tensión constante. 
Por un lado, las administraciones y familias demandan innovación tecnológica; por otro, se teme la distracción, la copia o el aislamiento que pueden generar los dispositivos. 
A ello se suma la presión emocional y relacional que provoca la hiperconectividad del alumnado: conflictos en redes, insultos en grupos, grabaciones sin consentimiento o acoso digital. 

El profesorado se ve obligado a intervenir en situaciones que trascienden el aula, pero que impactan directamente en la convivencia escolar. Y muchas veces lo hace sin formación específica ni protocolos claros. 

Esta realidad genera desgaste, sensación de impotencia y, en ocasiones, una distancia creciente entre docentes y alumnado. Por eso, el primer paso no es prohibir ni renunciar a la tecnología, sino comprender su papel en la vida de los menores y redefinir el nuestro como adultos referentes. 

Los riesgos digitales desde la mirada educativa 

El entorno digital amplifica los mismos conflictos que encontramos fuera de la pantalla: necesidad de aceptación, presión del grupo, impulsividad, baja autoestima. 
Cuando un alumno se graba en clase para subir un vídeo, cuando un grupo se burla en redes de otro compañero o cuando un adolescente comparte fotos sin medir consecuencias, no se trata de un problema tecnológico, sino emocional y educativo. 

Las pantallas actúan como altavoz de los dilemas de siempre: identidad, pertenencia, límites y respeto. 
Por eso, la respuesta debe ser educativa, no solo normativa. 
Castigar sin acompañar no educa; explicar, reflexionar y ofrecer alternativas sí lo hace. 

Los centros que mejor gestionan estos desafíos son los que han incorporado la educación digital y emocional dentro del currículo y la convivencia, no como talleres puntuales, sino como parte de su cultura escolar. 

Enseñar a pensar y a sentir en lo digital   

La competencia digital no consiste solo en saber usar dispositivos, sino en pensar y convivir críticamente en entornos tecnológicos. 
El papel del docente no es tanto enseñar a “manejar” una herramienta, sino ayudar a interpretarla, contextualizarla y darle sentido. 

Educar en lo digital implica trabajar preguntas como: 

  • ¿Qué imagen doy de mí en redes y por qué? 
  • ¿Qué siento cuando no me responden o cuando no tengo “likes”? 
  • ¿Qué consecuencias tiene lo que comparto? 
  • ¿Qué significa respetar la intimidad y la diferencia en internet? 

Responder a estas preguntas con el alumnado no requiere ser experto en tecnología, sino estar dispuesto a escuchar y acompañar. 
El aula puede convertirse en un espacio para analizar los mensajes virales, los influencers, la publicidad o los discursos de odio desde una mirada crítica y formativa. 
La educación digital, bien entendida, es también educación ética y emocional. 

El docente como referente digital 

Los adultos seguimos siendo modelos, incluso en lo digital. 
Si el profesorado usa la tecnología con equilibrio, respeto y sentido, transmite mucho más que cualquier discurso preventivo. 
En cambio, cuando se prohíbe sin explicar o se juzga sin comprender, el alumnado se desconecta del mensaje. 

Ser referente digital no implica estar al día en todas las plataformas, sino mostrar coherencia: usar la tecnología para comunicar, aprender, cooperar y crear. 
Los docentes que integran herramientas digitales de forma educativa —blogs, proyectos audiovisuales, trabajo colaborativo online— muestran que internet también puede ser un espacio de conocimiento y de comunidad, no solo de consumo. 

La autoridad pedagógica hoy no se basa tanto en el control como en la credibilidad y la cercanía. Y eso solo se logra cuando el alumno percibe que el adulto comprende su mundo, aunque no lo domine del todo. 

Cuidar al profesorado para poder acompañar 

La sobreexposición digital afecta también al personal educativo. 
Correos, grupos de trabajo, plataformas, tareas y comunicaciones constantes pueden generar estrés tecnológico. 
Por eso, cuidar la salud mental del profesorado es tan importante como educar al alumnado. 
No se puede acompañar desde el agotamiento ni educar en equilibrio desde la saturación. 

Los centros deben promover formación en bienestar digital, establecer horarios razonables de conexión y crear espacios de reflexión pedagógica sobre el uso de la tecnología. 
El equilibrio digital también es una competencia profesional. 

Educar sin desconectar del mundo real 

Educar en tiempos de pantallas no significa declararle la guerra a la tecnología, sino reconstruir el vínculo educativo en un mundo nuevo. 
La clave está en preservar la relación humana en medio de la digitalización: escuchar, mirar a los ojos, acompañar los procesos, enseñar a pensar, a sentir y a convivir. 

Porque, al final, ninguna aplicación sustituye la presencia de un docente que cree en sus alumnos, que pone límites con afecto y que enseña a discernir entre lo que deslumbra y lo que importa. 
Las pantallas cambian las formas, pero la esencia educativa sigue siendo la misma: un adulto que acompaña, orienta y confía en el potencial de cada menor. 

¿Te gustaría estudiar estos y otros temas de actualidad en lo que corresponde al desarrollo de la infancia y la adolescencia? ¡Infórmate sobre el Posgrado en Intervención con Menores y trabaja en lo que realmente te gusta!

Deja un comentario