¿Cuándo es el momento adecuado para dar el primer móvil? Una decisión que va más allá de la edad

Vivimos en una época en la que la tecnología forma parte de nuestra vida cotidiana desde que abrimos los ojos por la mañana. Los móviles, en particular, se han convertido en una extensión de nosotros mismos. Por eso, no es de extrañar que muchas familias se enfrenten a una de las decisiones más complicadas en la crianza actual: ¿cuándo es el mejor momento para que nuestros hijos o hijas tengan su primer móvil?

No es una pregunta sencilla. Ni tiene una única respuesta. Lo que está claro es que no se trata solo de una cuestión de edad. De hecho, reducir esta decisión a una cifra concreta puede ser, en muchos casos, un error.

Más allá de la presión social

La mayoría de los padres y madres que se plantean regalar un móvil lo hacen presionados por frases como “soy el único de mi clase que no tiene” o “todos mis amigos ya tienen uno”. Es cierto que el deseo de pertenecer al grupo es una necesidad legítima en la infancia y adolescencia, pero también es verdad que las dinámicas escolares y sociales han cambiado radicalmente. La presión no viene solo de los iguales, sino también de un entorno digital diseñado para enganchar.

En este contexto, conviene hacerse una pregunta más profunda: ¿realmente mi hijo o hija necesita un móvil, o lo quiere porque lo tienen los demás? Según la Guía Som Connexió para familias malvadas, esta distinción entre necesidad real y necesidad creada es fundamental. El móvil, dicen, debe incorporarse cuando la familia lo necesita para coordinarse como unidad convivencial —por ejemplo, si el/la menor empieza a moverse con autonomía por la ciudad—, no cuando la necesidad responde exclusivamente al deseo de “ser como los demás”.

Entonces, ¿cuál es la mejor edad para dar el móvil a los hijos?

La guía es clara: lo ideal sería retrasar la incorporación del primer smartphone hasta los 16 años. E incluso, si se puede, hasta los 18. ¿Por qué? Porque antes de esa edad no suelen estar desarrolladas las competencias necesarias para tener autonomía responsable en el uso, identificar los riesgos o gestionar adecuadamente, lo que implica tener acceso libre a internet, redes sociales y contenidos de todo tipo.

Ahora bien, en un contexto social donde esto puede parecer una utopía, Som Connexió matiza: nunca antes de los 12 años. Y si se decide dar un móvil antes, que sea uno sin acceso a datos o redes sociales, y siempre con acompañamiento y condiciones claras.

Un camino progresivo, no un salto al vacío

Uno de los enfoques más interesantes que plantea la guía es pensar en la incorporación del móvil como un proceso por etapas, no como una única decisión puntual. Proponen un recorrido que va desde usar el terminal de los padres (antes de los 11 años), pasando por un teléfono familiar compartido (de los 11 a los 13), hasta llegar al primer terminal personal (entre los 13 y 15) y finalmente al uso plenamente autónomo a partir de los 15 o 16 años.

Este enfoque tiene varias ventajas. Permite que el/la menor se familiarice poco a poco con la herramienta, mientras desarrolla habilidades de autocontrol, juicio crítico y responsabilidad. Además, da margen a la familia para establecer normas, observar cómo las gestiona el menor, y ajustarlas según su evolución.

El pacto de uso: una herramienta clave

Un recurso muy útil que propone la guía es el pacto de uso. No se trata de un simple contrato firmado “porque lo dicen los adultos”, sino de una propuesta que debe partir del propio menor, al menos en las fases más avanzadas. El pacto recoge aspectos clave como el tiempo de uso permitido, los horarios, los espacios de uso, las funciones autorizadas y qué pasa si no se cumplen las condiciones. Este acuerdo se revisa y adapta con el tiempo, según la madurez del menor.

Además de establecer límites claros, el pacto tiene una función educativa muy poderosa: obliga al menor a reflexionar sobre su propio uso del móvil y a hacerse corresponsable de ese uso.

El móvil como herramienta, no como premio ni castigo

Otro error habitual es usar el móvil como moneda de cambio: “si te portas bien, te lo doy”, “si suspendes, te lo quito”. Esto, más que fomentar una relación sana con la tecnología, la convierte en un objeto de deseo o en una fuente de frustración, según el caso. En lugar de eso, la guía insiste en que el móvil debe entenderse como una herramienta de coordinación familiar y de acceso progresivo a la autonomía digital, no como un capricho o una amenaza.

Educar también es acompañar en lo digital

En definitiva, decidir cuándo dar el primer móvil no puede reducirse a una fecha concreta o a una moda pasajera. Requiere una mirada amplia, capaz de tener en cuenta la madurez del menor, las necesidades reales de la familia y los riesgos asociados a las nuevas tecnologías. También requiere tiempo, paciencia y muchas conversaciones incómodas, de esas que no tienen respuestas claras, pero sí mucho valor.

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