A la hora de escribir este post, me viene a mi mente una serie de televisión que hace años fue “viral” utilizando un término actual, que no era más que la adaptación a la pequeña pantalla de un comic de los años 70 que se llamaba “13 Rue del Percebe”. Me refiero como ya habrás podido pensar de la serie “Aquí no hay quien viva”.
En la serie, que duró 5 temporadas, se narra la vida de una peculiar comunidad de vecinos no siempre bien “avenidos”. Dicen que el motivo de su éxito radicó en ser una serie que reflejaba el día a día que todo aquel que la viera se sentiría identificado. Ya fuera el portero, las vecinas que todo lo saben, o el díscolo del 3ºB, todos hemos vivido lo que supone una comunidad.
Pero para nosotros lo importante supondría la conflictividad que a diario se podía producir. Algunas veces los personajes resolvían sus problemas hablando y dedicándole tiempo a la conversación (gran éxito sobre todo de los guionistas). Otras veces eran vecinos no implicados directamente en el problema quienes, de forma natural, intervenían, ya fuera en unas caóticas reuniones de propietarios, o bien por la amistad entre ellos, los que se ofrecían para gestionar los problemas.
Sea de una forma u otra, me permite dicho recuerdo hablar de mediación vecinal.
La justicia está saturada de conflictos de escasa importancia pero que tienen que ser atendidos por quienes han de impartir justicia ante una desavenencia. En este sentido podemos decir que este tipo de mediación, permite a la hora de gestionar un conflicto, la capacidad transformativa para fomentar el sentimiento de pertenencia (en positivo) a un barrio y para tejer redes sociales, con vecinos, asociaciones, comercios de la zona, etc.
Es decir, si apostamos por la mediación vecinal, transforma tensiones y conflictos, entre personas que como bien nos dicen expertos en mediación, van a continuar relacionándose en el tiempo. “Mientras vivas allí, volveremos a vernos las caras” dicen, luego no hay mejor medicina que la mediación.
Pero, ¿Quién media? Expertos que muchas veces dependen de instituciones, bien sea un ayuntamiento, una asociación de vecinos o incluso como conozco en muchos barrios y ciudades de España, mediante proyectos como el que hace años se llevó a cabo de “ciudades Mediadoras”. Este último elevó a la categoría de “sello de calidad” aquellas ciudades que estableciera políticas de bienestar social basada en las mejores relaciones de convivencia y condiciones de vida, las dos premisas básicas para entender que es una ciudad donde se potencia el diálogo entre sus vecinos.
Pero permitidme que aproveche este post también para diferencias otras dos áreas de intervención que tienen su apellido propio: La mediación social y la mediación comunitaria. Y ello porque muchas veces confundimos términos que aun siendo similares no corresponden al mismo tipo de intervención.
Los campos de acción tradicional de la intervención social cuando mediamos son: los conflictos de usuarios de servicios; la situación que se vive en Barriadas marginales o la particularidad de situaciones de Adicciones en nuestro entorno del barrio. La finalidad de este tipo de actuación en mediación se centra en el ámbito educativo y participativo.
Mientras que por otro lado, la mediación comunitaria, supone la intervención de servicios públicos.
Un ejemplo de este tipo de conflictos es el llamado “sindrome de nimby” (not in my back yard, no en mi patio trasero): la tendencia de la gente a exigir servicios públicos, de infraestructura, transporte, basuras… pero impedir que las obras afecten a su entorno inmediato.
Por todo ello, querido lector podemos decir que la mediación puede ser un instrumento apto para elevar: la participación ciudadana en el sistema democrático, el control de los poderes públicos, la cultura del pacto, el grado de responsabilidad ciudadana y el desarrollo de políticas específicas de promoción. Y todo ello desde la percepción de ser vecino de mi ciudad.
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