La identidad grupal se configura como un proceso que va unido al de identidad personal, algo que comenzamos a sentir como fundamental a partir de la adolescencia. Es evidente que este fenómeno no se va a dar de la misma manera en cada grupo o en cada menor adolescente, ya que depende tanto de la familia de referencia, como filtradora del mismo, como de la cultura de la que formamos parte (el grupo de par en ese período y los Mass media también generan una gran influencia en su configuración).
En 2008 se estrenó la película “La Ola”. La misma nos inmiscuye en este proceso de manera dinámica y analítica, ya que nos da a conocer la historia de un grupo de adolescentes que tienen que representar, durante una semana de proyectos, una situación de autocracia, con el claro objetivo estudiar dicho sistema sociopolítico. A partir de ahí, se desencadenan una serie de acontecimientos que están totalmente vinculados al proceso de identificación grupal del que venimos hablando. Se trata de una herramienta filmográfica nos da una oportunidad, como mediadores, de analizar, junto a los menores con los que intervenimos, los factores cognitivos, emocionales y actitudinales que presentan en su día a día.
Cultura e identidad
Las creencias y conductas compartidas por aquellos que pertenecen a una misma cultura cumplen una función de posibilitar lógica y cohesión a fin de configurar un valor en sí mismo que de sentido a un determinado grupo. De tal manera, que el individuo se provee de una cierta seguridad.
Resulta evidente que necesitamos una identificación con el grupo de referencia al que pertenecemos, pero igualmente es necesario una diferenciación respecto de ellos, lo que nos va a ayudar a construir nuestro propio pensamiento con respecto al mundo en el que nos desenvolvemos y nos va a posibilitar tomar decisiones en torno a quiénes somos y quiénes queremos llegar a ser. De esta manera podemos inferir que “la identificación nos garantiza la seguridad de saber quiénes somos y la diferenciación nos evita confundirnos con los demás” (Iñigue, 2001, p. 209). Es en la etapa de la adolescencia donde tenemos que ir definiendo nuestra personalidad con respecto al otro y a nosotros mismos.
Podemos inferir, a raíz de lo comentado, que cualquier persona debe definir su identidad personal conforme a unos determinados códigos culturales que se hacen patentes a través de un proceso más amplio de socialización, al mismo no nos podemos negar, ni vivir al margen de él, ya que perderíamos nuestra referencia identitaria y esto llevaría consigo innumerables problemas a nivel psicológico y afectivo. Por decirlo de otro modo, no podemos dar la espalda a quienes nos rodean porque sin ellos no podríamos desarrollarnos íntegramente de una manera sana.
Esta identidad social es una parte fundamental del autoconcepto (la otra es la identidad personal) que deriva de la pertenencia a un grupo. Se asocia con los comportamientos grupales e intergrupales que incluyen aspectos como (Fernández Ríos, 2010):
1. Etnocentrismo
2. Favoritismo hacia el propio grupo
3. Diferenciación intergrupal
4. Conformidad con las normas del propio grupo
5. Solidaridad y cohesión dentro del grupo
6. Percepción del yo, de los compañeros del grupo y de las personas de fuera del grupo de acuerdo con los estereotipos grupales relevantes
La metáfora de “la ola” y el proceso mediador
El profesor Rainer Wenger intenta ilustrar a sus alumnos de manera práctica sobre la autocracia durante la semana de proyectos que se propone anualmente en el centro de Secundaria donde se encuadra el contexto de la trama. Paulatinamente el profesor los va introduciendo en un experimento vivencial para demostrar lo fácil que es manipular a las masas, recordando los códigos identitarios del Tercer Reich, y aunque los alumnos al principio están reacios a participar, van mostrándose cada vez más identificados con el proyecto y unos con otros. Comprobando que sus ideas se modifican por una idea unitaria que deja fuera a otros grupos y que los identifica como un movimiento.
particular con una idiosincrasia identitaria muy definida y excluyente.
A través de esta película podemos analizar varios aspectos dignos de resaltar:
- La identificación como grupo no atiende a patrones netamente de azar, ni tampoco totalmente controlables o programables, sino que se trata de que en un determinado momento histórico confluyan una serie de personas con algo en común que puedan ir desarrollando y redefiniendo como grupo. Aunque las acciones que se llevan a cabo a través de esa identificación en muchas ocasiones sean negativas para el común de la sociedad. Algo sobre lo que tenemos que reflexionar desde nuestra práctica mediadora.
- Un líder que posee un conjunto de ideas muy afianzadas y es convincente puede influir de manera decisiva en los pensamientos y las acciones de aquellos que le siguen, esto posibilitará un afianzamiento a nivel personal y un mayor autoconcepto. Queda patente en la película con las actitudes que presentan Marco y sobre todo Tim.
- Aquellos menores que presentan un pensamiento más independiente y menos “coartado”, en la película este rol lo desempeñan Mona y Karo, representarán un constante foco de críticas por parte del grupo identitario conformado. En muchos casos el grupo intentará, a través de diferentes estrategias, “abducir” a los mismos para convertirse en una “piña”, donde nadie puede ni debe cuestionar los valores intrínsecos del mismo. Ejemplo clarividente de esto, lo podemos visualizar día a día en el comportamiento de los grupos en las redes sociales y en la viralización de las noticias “fake”.
- La “ola” generó en los individuos a nivel particular y grupal un sentimiento de igualdad y de pertenencia.
Los menores con los que trabajamos en mediación muestran sus preferencias por unirse a un grupo de pares u otro dependiendo de múltiples factores: momento emocional, afinidad, inquietudes comunes, amistad desde la infancia, etc., pero cada uno de ellos puede cambiar de grupo en distintos momentos de este período evolutivo atendiendo a otros factores como puede ser el hecho de tener problemas a nivel familiar y que esto desencadene en un estado emocional que les posibilite sentirse más “a gusto” con “pares desviados” que con aquellos otros que llevan una vida “normalizada”. Se trataría del llamado “efecto espejo”. Todo lo analizado nos puede resultar sumamente interesante en nuestra labor diaria como mediadores y concebir dicho proceso como un conjunto de interacciones sistémicas que explican las actitudes de estos menores en los diferentes ámbitos donde se desenvuelven.
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