Mediar con sentido: cómo aplicar los principios de la mediación para ganar confianza y promover su uso 

Por Juan Diego Mata

La mediación está ganando espacio como vía eficaz para resolver conflictos, pero su verdadero potencial depende de cómo el mediador ponga en valor sus principios generales. No basta con conocer la normativa; es necesario transmitir al ciudadano que la mediación es útil, segura y confiable. Por ello, el mediador debe aprender a comunicar estos principios de forma clara para que la sociedad los entienda y los perciba como una ventaja real frente a otros métodos. 

El principio de voluntariedad puede ser una de las herramientas más potentes para promover la mediación. Explicarlo bien significa enfatizar que nadie está obligado a continuar si no se siente cómodo. El mediador puede presentarlo como un espacio libre de presión, donde las partes conservan el control. Esto genera confianza y reduce el miedo a “perder” o a quedar sometido a una decisión externa. La libertad de entrar y salir del proceso es, en sí misma, una garantía. 

Muchas personas temen exponer sus problemas por miedo a las consecuencias. Por ello, la confidencialidad debe convertirse en un argumento principal para fomentar su uso. El mediador puede explicar que lo tratado en la sesión no se publica, no se comunica y no puede usarse contra ninguna de las partes. Esta idea convierte la mediación en un entorno protegido, ideal para tratar asuntos delicados —familiares, empresariales o comunitarios— sin riesgo reputacional ni jurídico. 

El ciudadano no siempre entiende bien estas nociones. Es clave aclarar que el mediador no toma partido, no opina y no impone soluciones. Su papel es facilitar la comunicación y equilibrar la conversación para que ambas partes tengan voz. Aquí, el mediador puede poner en valor su formación profesional, su capacidad técnica y su deber ético de mantenerse neutro. La confianza en la figura del mediador se construye mostrando profesionalidad y transparencia. 

Este principio puede parecer abstracto, pero el mediador puede traducirlo a conductas concretas: escuchar sin interrumpir, evitar insultos y buscar soluciones posibles. La buena fe no es una obligación moral general, sino una base mínima para trabajar juntos. Si el mediador consigue que ambas partes adopten una actitud constructiva, el proceso no solo será más rápido y eficaz, sino que dejará una imagen positiva de la mediación como herramienta útil. 

La mediación no sustituye la voluntad de las partes: la potencia. El acuerdo no viene “de arriba”, sino de quienes están en conflicto. Transmitir esta idea es fundamental. Para muchas personas, supone una oportunidad de ser escuchadas y de recuperar control sobre su propio problema. Cuando el mediador refuerza esta idea, la mediación deja de verse como un trámite y se convierte en una oportunidad real de solución. 

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